Dentro de las disfunciones sexuales encontramos dos tipos: dolor asociado a las relaciones sexuales (dispareunia, vaginismo, cicatrices dolorosas) y anorgasmia.
El dolor sexual femenino no está claro si es un trastorno sexual, un trastorno del dolor o ambos, lo que sí sabemos es que tiene un impacto negativo en la salud de la mujer. Las relaciones, la autoestima, la productividad laboral… En definitiva, la calidad de vida, se ve disminuida.
Este tipo de disfunción sexual no tiene una causa determinada que justifique el dolor. Puede ir desde problemas anatómicos simples hasta problemas biopsicosociales complejos, además de tener más de un motivo de dolor.
Se ha informado que la incidencia de relaciones sexuales dolorosas, un tipo de FSP, osciló entre el 8 y el 22%, mientras que la prevalencia de las relaciones sexuales dolorosas se ha informado entre el 1 y el 27%.
Esta patología puede requerir un abordaje multidisciplinar. En el diagnóstico y el tratamiento se incluye la ginecología regenerativa, rehabilitación, fisioterapia del suelo pélvico y sexología.
Dentro de los tratamientos de ginecología regenerativa, destaca:
La anorgasmia o trastorno orgásmico femenino consiste en la ausencia de orgasmo a pesar de la estimulación sexual adecuada. No siempre se trata de ausencia, este trastorno recoge el retraso persistente o recurrente, la poca frecuencia o la menor intensidad del orgasmo. Además, sus síntomas provocan una angustia notable.
La incidencia de anorgasmia es de un 10% entre la población femenina.
El tratamiento de esta patología tiene un enfoque multidisciplinar en el que se unen la sexología y la ginecología funcional. Todo ello facilita y mejora los orgasmos de la mujer.